domingo, 6 de marzo de 2011

No vale rendirse

El trabajo asalariado, algo cotidiano en la mayoría de personas, llego por primera vez hacia mi casi sin pensarlo ni pedirlo, en esa época, yo, buscaba medios económicos, más por orgullo que por necesidad, pues a pesar de que mis padres, bondadosamente, se habían ofrecido a solventar los gastos médicos que se me hacían necesarios –pero no vitales- en ese momento, yo terca e ingratamente me negué y decidí buscar por mis propios medios satisfacer la necesidad quirúrgica que un buen traumatólogo con ayuda de un taladro y su martillo sabría resolver sin mayor dificultad.
Decidí pues empezar a trabajar antes de empezar con la universidad, además pensaba que una buena temporada tras el yugo capitalista me ayudaría a emprender mi tarea académica con mayor esmero y templaría mi endeble espíritu de lucha. Luego de tomar la decisión fui en busca de lo primero que se me ocurrió –y me recomendaron-, un supermercado.
Confieso que al llegar al lugar de selección de personal me sentí desalentado, aun era temprano pero ya habría en el lugar más de medio millar de jóvenes que disputarían conmigo un puesto, poco a poco se iba desalojando el lugar y llego mi turno de pasar las pruebas, no me parecieron tan complicadas y tome más confianza. Finalmente tras pasar un par de días en el centro de capacitación me sentía listo para mi iniciación en la Población Económicamente Activa (PEA) del país.
El supermercado al que me asignaron fue el Wong de La Planicie –luego lo conocería simplemente como T-14-, se ubica frente al parque de La Molina y era la segunda vez que visitaba el lugar. Era un lunes de febrero, observaba como algunas personas, que trabajaban en la tienda, iban ingresando, empecé a seguirlos y pronto me vi dentro de lo que desde ese día y para siempre seria la primera visión del lugar al que llamaría mi trabajo.
Luego llegaron 4 muchachos, como de mi edad, para ellos también era su primer día y se encontraban tan o más nerviosos que yo. Uno de los gerentes de la tienda nos recibió y fue mostrándonos el interior de la tienda –o piso de ventas, como lo llaman-, aun no se abrían las puertas y el interior era oscuro, las escaleras eléctricas estaban inmóviles y Misael, de limpieza, se apuraba en dejar muy limpio todo antes de la apertura de la tienda.
- Bienvenidos a la familia -fue la primera frase del administrador del lugar, al presentarse- al final del día pensé que habría sido mejor decir “bienvenidos al infierno”.
Luego nos dejo en nuestra área asignada y lo olvide por algunos días.
Conocí a mis compañeros en el área de perecibles y esperaba las primeras indicaciones, que fueron básicamente encargarme de la recepción de la mercadería de frutas y verduras de ese día. Me pareció que el trabajo no era tan pesado, hasta que tuve que salir del almacén y enfrentarme al monstruo del millon cabezas –si leyeron a Congrais Martin me entenderán
-, el exterior para un novato es aturdidor y nada de lo que hayas hecho antes te prepara para ese primer contacto con el monstruo, también llamado -->cliente<--, señoras que te piden "desespines" sus alcachofas, que les peles un coco y no derrames una gota del valioso liquido que hay ahí dentro o simplemente no desean picarse las manos al escoger una piña, en fin.
La hora del almuerzo no fue muy alentadora, aun no conocía a nadie y mis compañeros más cercanos ya habían almorzado antes, por lo que me toco sentarme frente al televisor y acompañarme con un partido de futbol.
La tarde transcurrió con el mismo frenesí de la mañana por lo que antes de cumplir mi horario deseaba acercarme lo suficiente a la puerta y salir corriendo como un demente sin importarme llevar el ridículo uniforme completamente rojo. Para cuando desperté de mi fantasía ya estaba más cerca la hora del cierre de la tienda y no deseaba otra cosa que esa noche fuera la más larga de todas y dormir como un oso en invierno.
Ya no había marcha atrás, el martes y todos los días que le seguían serian idénticos, quizá peores, pero no pensé en renunciar, pues estaba seguro –y aún lo estoy- de que habrá pruebas más difíciles que superar y se debe seguir el mismo camino… y no rendirse hasta el final.
Aprendí mucho en ese, mi primer empleo, y me siento complacido de no haber renunciado ante algo tan pequeño como el desanimo y la fatiga, siempre buscando algo mejor, aunque sea muy, muy caleta. (yeA!!!)

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